El pasado 31 de diciembre, para no perder lo que desde hace
tres años se ha convertido ya en una tradición, decidimos realizar una pequeña
escapada para despedir el año.
Esta vez el destino elegido fue el Salto de Poveda y la
Laguna de Taravilla, ambos dentro del Parque Natural del Alto Tajo. En esta
ocasión, adrenalina la justa, riesgo el mínimo, aventura escasa, pero…paisajes
bonitos, compañía inmejorable y risas,
todas.
Tras un viaje entretenido y con una parada obligatoria en
Molina de Aragón para comprar pan y recoger a una de las compañeras, llegamos a
nuestro destino. Dejamos las furgonetas en el ensanche de una pista forestal,
junto a una zona de acampada, nos tomamos un pincho de tortilla de patata que
uno de los amigos había cocinado y comenzamos la excursión.
Los primeros pasos los dimos sobre una pista forestal, por
la margen izquierda del río, hasta llegar a las Casas del Salto. Una vez ahí,
continuamos por un sendero, bien
señalizado por el que poco a poco te sientes invadido por la belleza del
paraje, la vegetación, el sonido de los pájaros... Y pocos minutos después, por
el agradable ruido del agua.
El sendero nos llevó hasta al puente colgante, por el cual
atravesamos el río, no sin antes pararnos a observar la transparencia del agua y los tonos
azulados y verdosos que esta formaba, a pesar de lo nublado que estaba el día.
Ahora tocaba subir un pequeño repecho intenso pero corto que
nos hizo llegar a la Laguna de Taravilla. Esta laguna, está actualmente en un
claro proceso de colmatación, los sedimentos procedentes de las laderas se
depositan poco a poco en los márgenes de la laguna y la vegetación palustre
favorece el proceso de generación de suelos. Con el paso del tiempo, tras unos
miles de años, la laguna no existirá y se convertirá en una pradera que los
árboles irán colonizando.
Una vez disfrutado del paisaje, continuamos subiendo por el
camino de tierra, aunque no por mucho rato, solo unos metros hasta tomar el
sendero que de nuevo se adentra hacia el río para poder llegar a nuestro segundo
destino, el salto.
Tras suaves subidas y bajadas, el sendero nos llevó hasta el
mirador, desde donde pudimos observar desde el frente la bonita estampa que
forma el salto de Póveda. Antes de llegar al mirador, decidimos acercarnos a la
presa o lo que queda de ella, para poder disfrutar de la caída de agua, un
poquito más cerca. Aunque puede sonar arriesgado, el muro de la presa tiene una
anchura suficiente como para poder caminar por él.
Continuamos la ruta siguiendo las marcas del sendero, por la
margen derecha del Tajo. Salvando los pequeños desniveles que tiene el terreno,
observando la frondosidad de la vegetación cercana al río, etc hicieron que
este tramo fuese uno de los más divertidos.
Terminamos el paseo con un tramo de escaleras que descienden
hasta un puentecillo de madera que vadea el río, permitiéndonos regresar al camino del que partimos, y donde
nos estaba esperando la comida.
Ya pasaban las dos de la tarde y a pesar de no haber hecho
mucho ejercicio físico, las tripillas empezaban a rugir… Por lo que nos
acercamos a la zona de acampada que he mencionado al principio, sacamos la
comida, y procedimos a ello.
La verdad que aunque fuese comida de campo, no nos faltó de
nada…Tortilla de patata, buenos quesos, longaniza, chorizo, aceitunas…todo ello
acompañado de unas cervezas bien fresquitas. Y como postre, mandarinas de
tierras Valencianas y un delicioso bizcocho de nuez que nos había traído María.
Y ya para terminar
con mejor sabor de boca, si cabe, nos acercamos hasta el primer pueblo con bar,
para tomarnos un café calentito y como
no podía ser diferente, el último pacharán casero del año.
Tras esta agradable
sobremesa junto al calor del hogar, tocaba la vuelta a casa.
Como veis, no siempre hay que buscar rutas complicadas o
senderos agotadores, rodeado de buenos amigos, cualquier destino es bueno.
Texto: Bea Cameo.
Fotografias: J.M. Gil.
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