El pasado día 31 de diciembre
decidimos realizar una pequeña salida para despedir el año. Fue algo bastante
improvisado, pero qué mejor forma de acabar el año que con los amigos. El lugar
elegido fue el nacimiento del río Pitarque, para muchos, como es mi caso, un
entorno bastante desconocido.
Tras un camino bastante movidito llegamos a nuestro destino. Un
pequeño pueblo con bastante encanto, con apenas unas pocas calles, pero al que
llegaba el aroma del paisaje en el que nos íbamos a adentrar. La riqueza del
entorno se hizo notar ya en los primeros pasos. Un paseo sosegado con muchas
risas y momentos graciosos nos llevaría hasta el nacimiento propiamente dicho.
Casi desde el comienzo, el río, fue nuestro guía, con ese sonido que a mí en
particular me resulta tan relajante. A lo largo del camino, fuimos encontrando
pequeñas estancias junto al río, en las que no dudamos en parar para descansar
o simplemente para observar con más detenimiento.
A pesar de las fechas que nos encontrábamos, la temperatura era
ciertamente agradable, sin embargo la umbría generada por la montaña nos
permitió ver y fotografía unas cuantas
estalactitas.
Un último tramo un poco más abrupto, en el que no falto algún remojón
y resbalón llegamos al origen. De la roca brotaba el agua, generando por el
desgaste un cañón que se prolonga a lo largo de todo el recorrido.
Las tripas empezaban a rugir, con lo que buscamos un lugar para comer.
La verdad no faltaba de nada y la mayoría nos llevamos para la vuelta una buena
panzada. Pero si hay algo que se quedó para momentos futuros, un refrán de los
que en la enciclopedia de Agustín abundan bastante. “No pongas piedra en el
ano, ni en invierno ni en verano”.
La vuelta fue por el mismo sendero, sin embargo con esa característica
tan mágica que tiene los espacios naturales, cambia con la luz, la temperatura,
el paso del tiempo y sobre todo aparecen y desaparecen de la vista sus
inquilinos. Así vimos en lo alto de la montaña, una cabra y dos cabritillos
disfrutando plácidamente del día. El cielo también nos ofreció uno de esos
cambios constantes, nos deleitó con un fenómeno meteorológico, un fantástico
arcoíris haciendo de telón de fondo. Esos fenómenos, son los que hacen, que las
visitas a estos emplazamientos se puedan realizar una y otra vez, cada ocasión
es única y sorprendente.
Ya de nuevo en el pueblo, no podía faltar la última cervecita del año.
Tras esto tocaba la vuelta a casa, los Órganos de Montoro nos acompañaron durante
parte de la vuelta, unos estratos verticales calcáreos profundamente
impactantes.
ANA GUILLEN
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