Solo una pequeña parte del sector forestal español se dedica
a velar por la conservación sostenible del monte. La verdad, parece que no
hayamos reaccionado al problema que nos está causando lo que pudo ser un
acierto en el pasado. La solución a la pérdida de suelo que sufría nuestro país
fue repoblar los montes con especies de relativo crecimiento rápido, y que a su
vez sirviese a otros sectores como materia prima. Estas especies eran pino y
eucalipto. Especies cuya inflamabilidad está más que comprobada.
Además, en estas últimas décadas, hemos sufrido migraciones
del campo a la ciudad y de la ciudad al monte, despoblando las zonas rurales
por un lado y saturando las ciudades con la consiguiente invasión de
urbanizaciones en los bosques periféricos, por otro. Y por si todo esto fuese
poco, hemos decidido defendernos de un incendio forestal, en estos escenarios,
sin apenas medidas de protección ante estos desastres naturales. Seguimos
desviando presupuesto de prevención para extinción, seguimos repoblando montes
de manera irracional, primando la producción de biomasa, creándose de esta
manera auténticos polvorines, entrando en un circulo vicioso, pensando que si
hay suerte se pueda talar una vez haya madurado.
Qué decir también del intento de suplir la carga ganadera
ejercida sobre la vegetación en tiempos no muy lejanos con la realización de
quemas controladas y desbroces mecanizados. Cómo tranquiliza escuchar que la
vegetación mediterránea está adaptada al fuego. Creo que los que estamos más
acostumbrados a ver el fuego somos nosotros. Una adaptación que ha durado miles
de años no me parece que se adapte a nuestro ritmo. Solo hay que ver el dominio
de especies de matorrales pirófitas y la cantidad de monte bajo que hay sin
aprovechamiento que le ayude a salir de esa fase antes de que un incendio lo
arrase de nuevo, degradandolo aún más. Todo ello una lacra. Una lacra a la que
se enfrentan año tras año, entre otros, los bomberos forestales de este país,
que son los que luchan cuerpo a cuerpo contra las llamas, privatizados y
precarizados hasta la extenuación, viendo cómo se invierte el dinero público en
lo mediático y espectacular de la extinción de incendios.
Lo que será difícil recuperar es el suelo que perdemos tras
cada incendio. Sin suelo fértil solo hay desierto. Los incendios forestales
ganarán la batalla. Se prestan cada día escenarios más complicados. Nos ha
costado 60 años ver los montes así, y a la vez somos culpables de negar lo que
se nos ha venido encima. Una realidad medioambiental insana, desequilibrada,
peligrosa y a merced de intereses económicos y de incendiarios sea cual sea su
motivación.
Nuestras generaciones deben ser las encargadas de ir
revirtiendo la situación pensando que ese amigo de la prehistoria llamado fuego
ya nos ha jugado malas pasadas. Un cambio progresivo de modelo de ordenación y
gestión del monte que intente, por lo menos, no poner en peligro a la población
ni sus bienes, formando áreas defendibles de grandes incendios. Que sea un
cambio sostenible y respetuoso con la conservación de la biodiversidad. Tenemos
la obligación de dejar en herencia el privilegio de aprovechar y disfrutar de
un bosque más naturalizado y seguro.
Jorge Rodríguez
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