En otra ocasión anterior ya
intenté narrar el sentimiento profundo que transmite la mirada de un ave rapaz.
En la entrada titulada “ENTREHALCONES Y BÚHOS REALES.” puedes leer cómo la mirada de los halcones
peregrinos, o del búho real de nuestro amigo Alberto se clavaban en nosotros. En
este caso eran aves en cautividad, destinadas a la cetrería.
Hoy os quiero narrar, lo que
sentí hace justo un año y un mes, cuando una mirada amarilla y penetrante
coincidía a escasos metros con mi propia mirada.
Yo estaba trabajando en el Centro
de Interpretación de la Laguna de Gallocanta, y a las dos, que es la hora de
cerrar para comer, me fui a dar una vuelta como suelo hacer para ver si veía
alguna grulla anillada.
Mirar unas pocas patas de grulla
desde la carretera, otras pocas desde la depuradora de Bello, observar una
bisbita pratense en el navajo de Bello, y ya casi se ha hecho la hora de volver
a abrir el Centro. Así que me iba hacia allí, cuando del mismo ribazo del
camino y por el rabillo del ojo, veo un movimiento de algo de tamaño más o
menos grande que tarda una milésima de segundo en desaparecer a pocos metros de
donde ha salido, tras una linde de piedra.
lechuza campestre; foto: Uge Fuertes |
Bajo de la furgoneta, y andando
de puntillas y muy despacio para no hacer nada de ruido, me asomo detrás de la
linde de piedras y allí estaba: quizás lo último que me esperaba era encontrar
a aquella lechuza campestre a escasos cinco o seis metros de mí, clavando
fijamente su mirada amarilla y vidriosa en mí. No sé quién estaba más
sorprendido de ver a quién, ella inmóvil, sin retirar la mirada, yo asombrado,
una de las más difíciles de ver, escasas y bonitas aves rapaces frente a mí.
Hasta entonces solamente la había
visto un par de veces en un vuelo fugaz al atardecer, pudiendo apreciar
solamente la silueta en vuelo; ahora seguía ahí, mirándome, sin irse, cerca, a
las tres de la tarde.
Yo sin todavía dar abasto de la
situación, volví andando hacia atrás, me monté en la furgoneta y, maldiciéndome
por no llevar la cámara encima, volví al Centro de Interpretación.
Allí estaba Antonio Torrijo,
mirando más patas de grullas, y al momento paró Carmina, que iba para el
pueblo. Yo emocionado de haber visto la campestre se lo contaba a ellos, que de
ver lo ilusionado que estaba yo también sonreían; al día siguiente se lo conté
a Fernando Langa, que ha escrito alguna vez en este blog, y que hace tiempo
había visto una y también me contó emocionado en su momento (me alegro que ya
la hayamos visto los dos, me dijo).
Hoy, un año y un mes después de
ese acontecimiento, he vuelto a abrir el Centro de Interpretación, a buscar
anillas en el descanso de comer, y a pasar por el camino donde una vez sentí la
mirada de aquella lechuza campestre, no he tenido suerte, ni anillas, ni
lechuza.
lechuza campestre; foto: Uge fuertes. |
Pero al volver por la noche a
Daroca, una sombra fugaz cruza dos veces por delante de la furgoneta al llegar
a Las Cuerlas, mírala me digo a mi mismo, ¡¡era la lechuza!!
¿Será la misma que desde el año
pasado me está haciendo escribir esta entrada, y me ha vuelto a poner los pelos
de punta al recordar por el puerto de Valde San Martin su mirada amarilla,
vidriosa y penetrante?
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